1 feb 2007



Y por qué,
digo,
otra vez te miro y canso los ojos de mirar rendido.
Siempre,
como nunca.
¿Y si cuando vuelvo como y trago a mares el resto de mis días,
o los sirvo para vos o les escurro mis vicios,
o los tiño cada vez con un color distinto
o los mareo en zancos o encima tuyo
porque no puedo convencer al pasado de venir distinto de lo que fue?
Echado en el justo mismo principio,
el peso tuyo.
…Ta´ bien.

La ley y el engaño (Kafka)

«Ante la Ley hay un guardián que protege la puerta de entrada. Un hombre procedente del
campo se acerca a él y le pide permiso para acceder a la Ley. Pero el guardián dice que en ese
momento no le puede permitir la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si podrá entrar más tarde».

–Es posible –responde el guardián–, pero no ahora.

«Como la puerta de acceso a la Ley permanece abierta, como siempre, y el guardián se sitúa
a un lado, el hombre se inclina para mirar a través del umbral y ver así qué hay en el interior. Cuando el guardián advierte su propósito, ríe y dice:

–Si tanto te incita, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Ten en cuenta, sin embargo, que soy poderoso y que, además, soy el guardián más insignificante. Ante cada una de las salas permanece un guardián, el uno más poderoso que el otro. La mirada del tercero ya es para mí insoportable.

«El hombre procedente del campo no había contado con tantas dificultades. La Ley, piensa, debe ser accesible a todos y en todo momento, pero al considerar ahora con más exactitud al guardián, cubierto con su abrigo de piel, al observar su enorme y prolongada nariz, la barba negra, fina, larga, tártara, decide que es mejor esperar hasta que reciba el permiso para entrar. El guardián le da un taburete y deja que tome asiento en uno de los lados de la puerta. Allí permanece sentado días y años. Hace muchos intentos para que le inviten a entrar y cansa al guardián con sus súplicas. El guardián le somete a menudo a cortos interrogatorios, le pregunta acerca de su hogar y de otras cosas, pero son preguntas indiferentes, como las que hacen grandes señores, y al final siempre repetía que todavía no podía permitirle la entrada. El hombre, que se había provisto muy bien para el viaje, utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Éste lo acepta todo, pero al mismo tiempo dice:

–Sólo lo acepto para que no creas que has omitido algo.

«Durante los muchos años que estuvo allí, el hombre observó al guardián de forma casi ininterrumpida. Olvidó a los otros guardianes y éste le terminó pareciendo el único impedimento para tener acceso a la Ley. Los primeros años maldijo la desgraciada casualidad, más tarde, ya envejecido, sólo murmuraba para sí. Se vuelve senil, y como ha sometido durante tanto tiempo al guardián a un largo estudio ya es capaz de reconocer a la pulga en el cuello de su abrigo de piel, por lo que solicita a la pulga que le ayude para cambiar la opinión del guardián. Por último, su vista se torna débil y ya no sabe realmente si oscurece a su alrededor o son sólo los ojos los que le engañan. Pero ahora advierte en la oscuridad un brillo que irrumpe indeleble a través de la puerta de la Ley. Ya no vivirá mucho más. Antes de su muerte se concentran en su mente todas las experiencias pasadas, que toman forma en una sola pregunta que hasta ahora no había hecho al guardián. Entonces le guiña un ojo, ya que no puede incorporar su cuerpo entumecido. El guardián tiene que inclinarse hacia él profundamente porque la diferencia de tamaños ha variado en perjuicio del hombre de la provincia.

–¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián–. Eres insaciable.
–Todos aspiran a la Ley –dice el hombre–. ¿Cómo es posible que durante tantos años sólo yo haya solicitado la entrada?
«El guardián comprueba que el hombre ha llegado a su fin y, para que su débil oído pueda
percibirlo, le grita:
–Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por está puerta, pues esta entrada estaba reservada sólo para ti. Yo me voy ahora y cierro la puerta».

Lazaroff (el "choncho") II


Otro texto de Jorge Lazzarof (en el que se comienza a ver por donde viene enredando el hilo en la madeja)

Que negocio

Cuántas cosas hay que nunca has contado
cuales son tus miedos
cuántas situaciones que has traicionado
cuál es tu pecado
Qué tan apretados tus nudos instintos
cómplices enredos
Cuál es tu ganancia en todo el asunto
Cuál es tu apetito
Cómo sos distinto
Cómo sos

Cuánto morbo lúcido sobre tus impulsos
cuál tu gesto turbio
Cuál la sensación que siempre has temido
cuál tu paso sucio

Cuántas cosas hay que nunca has sabido
cuántas cosas hay que das por sabidas
que das a entender por asumidas
Dónde la mentira

Cuánta es tu bondad (de la otra, de la honda)
Cuál es tu presencia
Dónde es tu conciencia (de la otra, de la honda)
Cómo es tu presencia
Y tu solidaridad (de la otra, de la honda)
Cuál es tu inocencia

Dónde llegará tu corteza
Hasta cuándo llegará tu tristeza
Hasta que grado llegará tu condición de bestia
Cuánto tiempo va
Cuánto tiempo irá
de veneno

Jorge "Choncho" Lazaroff (Uruguay)


A fin del mes próximo el choncho cumpliría 57 años. Quienes no escucharon, escuchen. Quienes no leyeron, lean. Quienes no conocieron, conozcan. Una canción del grupo Los que iban cantando, escrita por Lazaroff. Ya habrá más por aquí para ir enterándose.

Los que iban cantando

Los que iban cantando tan de mañana,
iban al río,
rato se oyó su canto por el camino.

Los que dormían no lo sintieron
pero ese canto abrió puertas, ventanas, cielos
del corazón, cerrados.

Por entre el sueño
sólo era alegre,
sola la voz en el viento.

De aquel confuso canto,
voces mezcladas,
no se pensó en las bocas
que lo cantaban.

No, no se pensó.

Pero ese canto,
voz en el viento,
tan de mañana,

sólo era un canto
por el camino de madrugada.

Historias de un hombre ligero de ideas


Introducción

No es fácil meterse a contar la historia de este tipo. Dicen que una vez andando por la calle se cruzó con un conocido de la infancia. Cuando éste lo saludó, gritando un poco su nombre y abriendo otro tanto los brazos, con esa mezcla de alegría y melancolía de los que se encuentran después de muchos años, nuestro tipo agarró y le dio tantas patadas en la cara, que hubiese terminado como morrón achicharrado de no ser por uno que pasó medio borracho y gritó: ¡más que autoretrato vos a ese tipo le estás haciendo un autoretrete! Tanto se cagó de risa nuestro tipo que las fuerzas le subieron de las piernas a la panza, dejó al otro ahí tirado y se fue por donde venía secándose las lágrimas con el costado del brazo.
Por eso digo que no es fácil la cosa. Una cara hinchada por decir su nombre, ¿qué puede esperar quien se atreva a contar su historia? No se che…no se. Supongo que esos son los riesgos de la escritura, el miedo ante la hoja en blanco, el cagazo a que te maten a trompadas, los garques del oficio. No se, amigo…no se. Un día vos estás lo mas tranqui y viene uno que te quiere romper la crisma porque escribiste algo de una mina que lo dejó. Pero esto es distinto. Acá uno se juega la vida, con este tipo no se jode. Ulises,
Roquentin, Erdosain, Samsa, esos son jodidos, pensará alguno, esos tipos te pueden transformar la vida, ¿un tipo que te caga a trompadas?, pero por favor, eso es poca cosa. Puede ser, amigo, puede ser…

continuará...?